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Taller El Viaje Extático

Os invitamos a un viaje de lo más iniciático y mágico, al participar en el Taller El Viaje Extàtico. Visita con nosotros los “Otros Mundos” y sus habitantes.


Extático

Los escritos de los tiempos antiguos nos hablan de personas que, por una razón u otra, por carisma o enfermedad, salen de sí mismas y ven o se enteran de lo que está oculto para la mayoría de los mortales. Los llaman los “extáticos”, del griego ektasis, que significa en primer lugar “extravío del espíritu”, y designa luego, por extensión, el hecho de abandonar el propio cuerpo, es decir una experiencia ex-somática. Traducción del libro de Claude Lecouteux, Hadas, brujas y hombres lobo en la Edad Media

 


Taller El Viaje Extático

Entenderemos el concepto de espíritu y las relaciones que teníamos con diferentes entidades en tiempos no tan remotos. 

Aprenderemos sobre el viaje extático o viaje chamánico y su relación con el vuelo de las brujas o vuelos nocturnos.

Entenderemos el qué, porqué y para qué de estas prácticas y lo más importante, podrás practicarlas con total seguridad y sin la ingesta de ningún tipo de sustancia o elemento externo.

Con la ayuda del tambor y con la cosmovisión basada en los chamanes de Siberia aprenderás a entrar en un estado alterado de conciencia para facilitar ese viaje extático o rapto del espíritu (como lo llamaban los santos e iniciados) y así emprender viajes a realidades paralelas siempre con protección.

 

Ayuda del tambor para emprender el viaje


Aprenderás a llegar y moverte por otras realidades y a comunicarte con nuestros guardianes del espíritu, así como aprender formas de auto sanación y protección.

Las técnicas propuestas en el taller pueden ser vistas como un viaje a mundos espirituales o simplemente a nuestro subconsciente. Prácticas que se han probado y son muy eficaces en tratamientos y terapias a lo largo de la historia y que actualmente se usan para poder afrontar problemas de la vida, conocerse y/o aceptarse mejor a uno mismo.

Sabremos pues la diferencia, si la hay, de estos viajes con los sueños lúcidos, el viaje astral, experiencias extracorporales (OBE), o las (EMC) experiencias cercanas a la muerte.

Relato de Leopold de Gerlach

Os dejamos con un relato de lo más interesante que ilustra cómo estas prácticas fueron perdurando a través de los tiempos. La historia está contada por Leopold de Gerlach (1790-1861), teniente general y ayudante de campo de Federico Guillermo IV en su obra Aus meinem Leben.

“El arzobispo de Upsala hizo un viaje a Alemania y se detuvo en nuestra corte real, donde tuvo el honor de ser invitado a su mesa por Su Majestad. La conversación derivó pronto sobre las desmesuradas supersticiones que todavía reinaban en Laponia, donde la creencia en los magos y en los poderes ocultos transmisibles por herencia estaba muy arraigada en muchas familias en aquel momento. El propio obispo había sido enviado a aquellos lugares, hace de aquello varios años, al frente de una comisión informativa para estudiar la irreligiosidad desbocada y para extirparla seriamente. Iba acompañado, en aquella misión, por un médico y por un alto funcionario. El arzobispo dijo: A causa de la falta de medios de comunicación, nuestro viaje fue tan largo como difícil. Sólo nosotros estábamos informados de su objeto. Ocultándolo en un profundo secreto, nos alojamos en casa de un hombre rico y hospitalario que tenía la siniestra fama de saber dominar la magia negra. Para asombro nuestro, nada en su apariencia ni en su manera de vivir justificaba aquella fama. Con la hospitalidad habitual de los lapones, nuestro anfitrión, hombre acaudalado de apariencia abierta, nos dio las mejores habitaciones y movilizó todo el contenido de la cocina y de la bodega para honrarnos. Nos quedamos atónitos, pero nadie, ni siquiera nuestro anfitrión, mantenía en el secreto que Peter Lárdal, que ese era su nombre, poseía poderes sobrenaturales e incluso era lisa y llanamente un mago. Al cabo de tres días, cuando estábamos juntos tomando confortablemente el desayuno, pretextando curiosidad, derivé la conversación a este tema y le pregunté a Lárdal si no lo molestaba aquella fama. Sonrió delicadamente.

 —Mi señor arzobispo —dijo—¿para qué querer disimular el objeto de su pregunta? Usted y estos caballeros están aquí exclusivamente para encontrar las razones de esta fama e imputarme la responsabilidad.

—Pues bien —respondí enérgicamente—, dado que usted lo sabe ya, sí, estamos aquí para destruir esta superstición y poner fin a esas insensateces.—Puede pensar usted de ello lo que quiera, pero, monseñor, ¡no es ninguna insensatez! —dijo Lárdal moviendo ligeramente la cabeza.

—¿Qué quiere usted decir? —respondí severamente. —Quiero ayudarle a comprender esta creencia. Mi alma, mi espíritu, sea cual sea el nombre que usted le da, va a abandonar mi cuerpo ante sus ojos y acudirá a un lugar que usted determinará. De regreso, le proporcionaré las pruebas de que mi alma, al servicio de usted, ha acudido al lugar que se le ha indicado. ¿Quiere usted tener la certeza? 

Se apoderaron de mí los sentimientos más contradictorios — prosiguió el arzobispo—. Tenía miedo, pues tenía conciencia de colaborar en un juego sacrílego, y dentro de mí se oponían el deseo de desenmascarar un posible engaño y revelarlo, y el violento deseo de ver cómo podía cumplir su palabra aquel hombre. Ganó la curiosidad, herencia de todos los hijos de Eva. Acepté y encargué a Lárdal que enviase su alma a mi casa para decirme qué hacía en aquel momento mi esposa y para que me proporcionase la prueba de su presencia en aquel lugar. 

Ni que decir tiene que mis compañeros ardían de una curiosidad todavía mayor que la mía y estaban totalmente de acuerdo conmigo.

—¡Entendido, señores!—dijo Lárdal—. Concédanme un cuarto de hora para mis preparativos. Apenas transcurrido este tiempo, volvió a aparecer nuestro anfitrión llevando en la mano una sartén llena de hierbas secas.

—Señores —dijo—, voy a prender fuego a estas hierbas y a inhalar sus vapores. Guárdense mucho de tratar de reanimarme o de tocarme cuando esté en ese estado. Si lo consiguiesen, me provocarían ustedes inevitablemente la muerte, porque, dentro de unos minutos, mi espíritu abandonará mi cuerpo, que presentará todos los síntomas del óbito. Pasada una hora, mi cuerpo se reanimará por sí solo y les dará las noticias de su tierra.

Tras un silencio inquietante durante el que ninguno de nosotros supo qué replicar, el mago encendió las hierbas y puso la cabeza encima de aquel vapor narcótico y nauseabundo. Al cabo de pocos minutos, su rostro tenía la palidez de la muerte, su cuerpo se derrumbó sobre el sillón tras haberse agitado con unos cuantos sobresaltos, y quedó inmóvil, parecido en todo al de un difunto. 

 —¡Dios mío! —exclamó el médico, alarmado— creo que se ha envenenado. ¡Va a morir de verdad si no se le socorre de inmediato! Tuve que retenerlo por la fuerza antes de que hiciese lo que decía y se lanzase sobre aquel hombre inconsciente. 

—¿Ha olvidado usted que el desdichado nos ha conjurado a no tocar su cuerpo si no queremos matarlo con certeza? Puesto que le hemos autorizado, a nuestro pesar, a entregarse a esta inquietante experiencia, debemos esperar que tenga éxito. Al cabo de una hora de tensión que nos cortaba el aliento y que se nos hizo interminable, volvieron los colores, lenta pero visiblemente, a las mejillas de aquel hombre inanimado, y se levantó el pecho con violentos golpes que, poco a poco, se transformaron en respiración regular. 

Poco después, Lárdal se volvió hacia mí y me dijo: 

—En este instante, su mujer está en la cocina. —¡Claro! —replicó el médico sonriendo—, a esta hora, ¿sabe usted? en todas nuestras casas, ¡las mujeres están en la cocina! Sin dignarse responder a aquella objeción incrédula, Lárdal me describió detallada y concienzudamente mi casa y mi cocina, donde, que yo supiese, no podía haber entrado nunca. 

—Para demostrarle que he ido allí verdaderamente —dijo al concluir su relato—, he ocultado el anillo de boda de su esposa en el fondo de la cesta del carbón, pues se lo había sacado para preparar un plato. 

Inmediatamente escribí una nota a mi casa, era el 28 de mayo, y le pregunté a mi mujer qué había estado haciendo a las once de aquel día; le pedí que buscase bien en su memoria y me hiciese una descripción detallada. Quince días más tarde —la carta tardó todo ese tiempo debido a las malas vías de comunicación—, mi mujer me respondió que el 28 de mayo, a la citada hora, estuvo confeccionando un plato a base de harina, que nunca olvidaría aquel día porque había perdido el anillo nupcial que llevaba en el dedo poco antes y que no había podido encontrarlo por más que había buscado. Le parecía que se lo había robado un hombre que había aparecido fugazmente en la cocina vestido de lapón rico, pero que se había alejado sin decir palabra cuando ella le había preguntado qué deseaba. Más tarde, se encontró el anillo en la cocina del arzobispo, en la cesta del carbón.” 

Traducción de Plácido de Prada para el libro de Claude Lecouteux, Hadas, brujas y hombres lobo en la Edad Media.

¿Verdad?, ¿ficción?, en aquello que corresponde al camino personal o creencias de alguien no debemos interferir si no es para debatirlas en sano conocimiento y respeto.

 

Inciensos Naturales - Sea Witch Botanicals